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Monólogo de la mujer moderna. (Humor)

E-mail anónimo tomado del libro de Gaby Vargas: “Soy mujer, soy invencible y ¡estoy exhausta!. Editorial Aguilar.

Les advierto que en la web ha generado infinitas controversias, sugiero no tomarlo como algo personal, sino como un relato de humor de los tantos que circulan por internet… y nada más.


¡RENUNCIO A MI PUESTO DE MUJER MODERNA!

Son las 6:00 a.m. El despertador no para de sonar y no tengo fuerzas ni para tirarlo contra la pared. Estoy acabada. No quiero ir al trabajo hoy. Quiero quedarme en casa, cocinando, escuchando música, cantando, etcétera. Si tuviera un perro, me gustaría pasearlo por los alrededores.

Quisiera saber quién fue la bruja, la precursora de las feministas que tuvo la idea de “reivindicar” los derechos de la mujer. Estaba todo tan bien en el tiempo de nuestras abuelas. Ellas todo el día bordaban, intercambiaban recetas y remedios caseros con sus amigas, leían buenos libros, decoraban la casa, plantaban flores, recogían legumbres de las huertas y educaban a sus hijos. La vida era un gran curso de manualidades, medicina alternativa y cocina. Además no se preocupaban tanto por su figura.

Hasta que vino una fulanita qua quien no le gustaba el corpiño y se sentía frustrada y ¿qué hace? Decide contaminar a otras inquietas y rebeldes, con ideas raras sobre “vamos a conquistar nuestro propio espacio”. ¡Qué espacio ni que nada!

Ya teníamos la casa entera, todo el barrio y el mundo a nuestros pies. Teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, vestirse y presumir delante de sus amigos. ¿Qué rayos de derechos quiso brindarnos?

No aguanto más tener que salir corriendo para quedarme embotellada en el tránsito y tener que resolver la mitad de los asuntos pendientes por el celular; correr el riesgo de ser asaltada, de morir embestida e instalarme todo el día frente a la computadora laborando como una esclava (moderna, claro), con un teléfono en el oído y resolviendo problemas, uno tras otro, para salir tarde, agotada, con los ojos irritados y un dolor de cabeza infernal.

También estamos pagando el precio por estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, uñas perfectas, sin hablar de perseguir un currículo impecable, lleno de maestrías, doctorados y especialidades. ¡Basta!

Quiero que alguien me abra la puerta al salir, que retire la silla cuando me voy a sentar o levantar, que me mande flores, cartitas con poemas, que me lleve serenatas. Si nosotras sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar, ¿para qué había que demostrárselo a ellos?

¿Piensas que ironizo? No, mi querida colega, inteligente, realizada, liberada, estresada y abandonada. Estoy hablando muy seriamente; estoy abdicando a mi puesto de “mujer moderna”. ¿Alguien más se suma?


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